Gerardo Hernández Nordelo, secuestrado en la prisión federal de máxima seguridad de Victorville, en el desierto de California, supo de la muerte de Nelson Mandela y sintió la necesidad de rendirle homenaje, hacer algo que, para él, representaba un esfuerzo extraordinario, una proeza más de las muchas que colman su existencia cotidiana.
Gerardo, entre otras privaciones, sufre duras limitaciones para comunicarse con el mundo exterior. La correspondencia postal suele demorársele semanas enteras, incluso meses, como consecuencia de la censura que obliga a sus carceleros a revisar cuidadosamente cada palabra suya o destinada a él.
Su acceso al correo electrónico es sumamente restringido para conectarse con Adriana su esposa, con Martin Garbus, su abogado y con un funcionario consular. Queda el teléfono para el que dispone de 300 minutos al mes los cuales debe emplear para hablar con Garbus y discutir los muy complejos documentos y trámites de su última apelación legal, o con la misión diplomática cubana y con Adriana a la que Washington no le otorga el visado para que pueda visitarlo normalmente haciendo de él el único prisionero en Estados Unidos a quien se le prohíbe ese “privilegio”.
Así han sido las condiciones “normales” en las que Gerardo ha pasado los últimos quince años desde que lo apresaron cuando era aun muy joven.
Pero Victorville no es un lugar cualquiera. Son frecuentes las riñas y los estallidos de violencia y cada vez que estos suceden las autoridades tienen que tomar medidas drásticas tales como imponer el “lock down”, o sea, encerrar a los presos en sus celdas. En esas circunstancias no hay correspondencia ni teléfono. El aislamiento, entonces, es total.
Un grave incidente en el que murió uno de los presos ocurrió el trece de noviembre y provocó la imposición del “lock down” por el resto del mes. Ya en diciembre, poco a poco, se fueron restableciendo las prácticas carcelarias habituales y los recluidos pudieron recuperar progresivamente sus muy escasos contactos con el exterior. Cuando se les permitió hacerlo, los reclusos hacían larga fila ante el único teléfono disponible para una rápida llamada.
Pasarían por su mente momentos decisivos de la nueva y riesgosa misión, que, también voluntariamente, habría de cumplir poco después coordinando la labor de otros jóvenes que fueron a Miami a combatir al terrorismo en su propia madriguera. Esta vez debería luchar sin armas y descubrir los planes de las bandas criminales más violentas, los mismos que vociferaban su odio contra Mandela y lo amenazaron y hostigaron cuando, en junio de 1990, los obreros afroamericanos quisieron honrar al luchador antirracista.
Pensaría siempre en aquella foto de Mandela que tres lustros atrás, al ser apresado, Gerardo guardó celosamente, única y fiel compañera en aquel calabozo de castigo en el cual pasó los primeros diecisiete meses de su injusto y prolongado cautiverio.
En cuanto pudo hacerlo se acercó al grupo que rodeaba el teléfono. Disponía de muy poco tiempo. Sin vacilar, envió este mensaje:
“Quienes dedican ilimitados recursos a borrar y reescribir la historia, y lo tuvieron en sus listas de ‹‹peligrosos terroristas››, hoy sufrirán de amnesia colectiva.
Quienes lo agraviaron negándole un homenaje en la Ciudad de Miami, por abrazar a Fidel y agradecer la ayuda de Cuba a África, hoy tendrán que callar avergonzados.
Los Cinco seguiremos enfrentando cada día la injusta prisión -hasta el final- inspirados en su ejemplo de lealtad y resistencia.
¡Gloria eterna al gran Nelson Mandela! Gerardo Hernández Nordelo Prisión Federal de Victorville California. Diciembre 5 de 2013”
Regresó a la celda con la satisfacción del deber cumplido. Afuera, los fabricantes de amnesia inundaban al mundo con visiones empalagosas, falsas, destinadas a borrar la verdad de la lucha contra el apartheid y la vida heroica de Mandela. Para Gerardo la lucha continúa.
La Habana diciembre 24, 2013
PS: Desde el 21 de diciembre Victorville está otra vez en “lock down”.
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