Tantas veces hemos escuchado la frase “la estadidad es un fantasma”, que hasta podríamos decir que es longeva en el argot político.
Habría que preguntarse, qué se quiere decir con estadidad, por ejemplo, si es sinónimo de integración o el resultado de un diseño o imposición política que supone la integración ya consumada.
Los argumentos para afirmar que la estadidad es una ficción son muy coherentes y lógicos: (1) la “indisposición” de los congresistas y los círculos de poder estadounidenses para aceptar un estado latino, o un territorio en el que habita un pueblo con una cultura, idioma e idiosincrasia distinta a la gringa, y (2) el costo económico que tal estado empobrecido representaría. Aunque ambos argumentos tienen su contrapeso, asumiendo que son reales, ¿por qué esa seguridad e insistencia en su imposibilidad?
Creo que el asunto hay que verlo desde otra perspectiva, probablemente con mayores elementos de la realidad.
El dominio de Estados Unidos sobre Puerto Rico y la base material sobre la que descansa la actividad económica han marginado al capital, a los empresarios y al talento del país. La manufactura y el comercio están en manos extranjeras, principalmente estadounidenses. La agricultura prácticamente no existe, es una actividad marginal. El sector bancario está regido y controlado por la Reserva Federal y otras instituciones federales. Además, y lo que es más grave, apenas se generan y se desarrollan empresas puertorriqueñas. Es decir, no podemos hablar de un capital nacional con peso económico. Todo o casi todo, ha sido succionado por el capital norteamericano.
En cuanto a las instituciones gubernamentales, es abrumador –y para algunos puede ser insospechado– el nivel de intervención de las agencias federales. Dicho de otra forma, lo que podemos llamar el Gobierno del Estado Libre Asociado de Puerto Rico es, en el mejor de los casos, un apéndice del Gobierno Federal, y en el peor, es directamente el Gobierno Federal. De la trilogía del E-L-A no queda ninguno de sus conceptos.
Los niveles de dependencia económica, ya no son exclusivos de los sectores sociales pobres y marginados. Empresas, corporaciones y organizaciones (con y sin fines de lucro) tienen un enchufe cada vez mayor a los programas federales.
Finalmente, aunque se pudieran mencionar otros asuntos, hace 94 años que nos impusieron la ciudadanía yanqui con lo cual no existe ninguna restricción de movilidad entre Puerto Rico y Estados Unidos que no sea la capacidad de comprar un boleto de avión, ¡y cuando los puertorriqueños llegan allá pueden votar y participar del proceso político!
Es claro, a partir de lo anterior, que el proceso de integración está ocurriendo y de forma acelerada. Y si la estadidad es el resultado de la integración ¿dónde está el fantasma? Lo que ha evitado que los gringos se vuelvan locos y atosiguen el tramo final, la estadidad, es por un lado, que no ha existido para Estado Unidos la necesidad de hacerlo y, por otro, la persistencia de una lucha y un movimiento independentista que, con sus alzas y bajas, se ha combinado con nuestra fortaleza cultural, nuestra identidad nacional y nuestra clara singularidad para convertirse en un gran obstáculo. Pero es un hecho objetivo que la integración está ocurriendo en la medida en que se ha ido desmantelando nuestra base material.
Luego entonces, se nos enreda todo este asunto con el plebiscito propuesto por el PNP. Tal y como está diseñado, si no sufriera cambios mayores, es lo que necesitan los favorecedores de la estadidad en estos momentos. En la primera parte, a celebrarse en agosto de 2012, se le consultaría a los electores si prefieren “continuar con el estatus político actual sujeto a la Cláusula Territorial de la Constitución de Estados Unidos, conocido como Estado Libre Asociado, o si prefiere un estatus político permanente no territorial ni colonial, no sujeto a la Cláusula Territorial de la Constitución de Estados Unidos”. Si se rechazara la actual relación política, se celebraría una segunda consulta en noviembre, el mismo día de las elecciones generales, en la que se le preguntaría qué alternativa no colonial ni territorial prefiere, entre Estadidad, Estado Libre Asociado Soberano, e Independencia.
Cualquiera, sin necesidad de un gran rigor analítico, puede percatarse que ese plebiscito tiene los atractivos para enamorar y embrujar al PIP y dividir al PPD y al resto del independentismo. Lo que pueda ocurrir no está claro. Los compañeros pipiolos han ido más lejos y aseguran que este es el comienzo (“un cañonazo”) del fin del coloniaje. Creen que un rechazo a la relación colonial –en la primera parte del plebiscito– es lo que necesitamos para confrontar a Wáshington (asumen que allá estarán muy atento al resultado). Y que servirá, además, para la denuncia internacional. Pero qué pasa si en la segunda gana la estadidad, posibilidad que no debe despreciarse ante la fractura que podría ocurrir en las filas del pepedé y el rechazo a participar que se va incubando en el independentismo no pipiolo. La ganancia sería en absoluto para el movimiento estadista. Tendrían un argumento sólido: “el pueblo puertorriqueño se expresó en contra de la relación actual y a favor de la estadidad.” ¡Es el sueño de los estadistas! Pero el liderato del PIP nos llama a la calma y nos responde con lo discutido al principio, “la estadidad es un fantasma” y añadirán “allá le van a cerrar la puerta en la cara” o le “pedirán una supermayoría”.
Pero los yanquis también pueden hacer lo que han hecho hasta ahora, que es contestar “ni sí, ni no”.
En la lucha política el riesgo es parte constante de la ecuación, pero jugar a la ruleta rusa, puede terminar en un suicidio. Para tranquilidad de algunos de nosotros, es muy probable que se repita la historia y, como en el 1967, en el 1993, y en el 1998, todo se quede en afirmaciones rimbombantes y preocupaciones exageradas, como pudieran ser las que expreso en estas líneas. |