Con frecuencia me encuentro con compañeros y compañeras que en su saludo inicial o inmediatamente después, me lanzan una expresión de frustración o de impotencia ante la situación que vivimos.
Luego, una alta dosis de desesperanza adereza los comentarios, y no es para menos. A veces respondo con cierta articulación, en otras, me quedo mudo y trato de cambiar el tema sin mucho éxito, ¡qué jodienda!, me digo.
Mucho se ha escrito sobre cómo romper la inercia política que ha hegemonizado a nuestro País en las últimas décadas. Son numerosos los análisis, ensayos y artículos, unos largos, otros cortos. Los hay profundos, complejos, livianos y sencillos. Algunos han sido muy conocidos, alcanzando una gran difusión. Los más, apenas circulan, fluyen a través de laberintos de comunicación muy estrechos. La mayoría son muy críticos de lo existente. Los menos, sugieren propuestas de acción y rutas hacia nuevos diseños, experimentos y alternativas. La bibliografía está ahí y seguirá sumando nuevos trabajos.
Mientras tanto, el asunto principal sigue obstinado, como un ente que parece inamovible, una especie de muro que todos (o algunos) vemos agrietarse pero que no acaba de caer. Y cuando pensamos que se abre la oportunidad, vuelve y se disipa como las burbujas en el agua. Las nuevas iniciativas y los esfuerzos noveles aparecen y brillan, pero efímeramente. Pocos han logrado cobrar concreción. Y los que han llegado a “primera base” no han podido sostenerse o avanzar. ¿Por qué? ¿Qué pasa? ¿Dónde radica el fallo o el error? Éstas y otras son preguntas necesarias. Las respuestas no son fáciles, como tantas veces se ha dicho, aunque ciertos hechos nos dan una pista.
Haciendo referencia a la física, una consideración parece lógica: no se ha logrado la masa crítica para desatar la energía que genere el cambio en la dirección deseada. Pero, vuelven y nos persiguen las mismas preguntas ¿por qué?, ¿qué tiene que ocurrir para alcanzar ese estado? Empecemos por reconocer que no se trata de ausencia de análisis. A eso nos referimos en el segundo párrafo. ¡Claro! la actividad de reflexión y de profundo ejercicio intelectual nunca termina, es un continuo. Tampoco ha faltado la crítica, sea buena o malintencionada, inofensiva o envenenada, lo crucial es que se ha hecho y no hay manera de escapar de ella sin escucharla. Entonces, ¿por qué todo esto aparenta no tener consecuencias?
Algo que no se nos debe escapar es la dificultad de interpretar lo coyuntural como parte del análisis del proceso general o histórico. Dicho de otro modo, lo que puede parecer una realidad inmutable, en verdad forma parte de un movimiento de cambios que no resultan perceptibles pero que existen y se “cocinan a fuego lento”, fuera del alcance visual. Ahora bien, que esto sea así no garantiza que ocurra el desenlace deseado. Sigue faltando la dosis de energía adicional para romper los eslabones que mantienen atados los componentes del sistema político de dominación.
Dos consideraciones necesarias
Me aventuro a señalar –más bien coincido con los que ya lo han expresado– que la energía necesaria requiere, al menos, de dos vectores principales: (1) la renovación y actualización de las propuestas de cambio, de la organización económica y social sugerida y de la visión de País (o imaginario, como le llaman ahora) y; (2) el diseño del espacio de participación al que se convoca a las grandes mayorías. Ambos son esenciales y no admiten separación.
El primero precisa de un esfuerzo constante –al margen de todo dogma– de interpretación de la realidad, sus cambios y tendencias, en el marco de un mundo interdependiente caracterizado por procesos complejos y veloces. Es decir, lo que hoy es blanco, mañana puede ser violeta; lo agradable al comenzar el día, puede estar hediondo al atardecer. Esa flexibilidad y sintonía con el cambio es crucial, porque se trata de presentar el futuro deseado. Debe advertirse que éste no es un ejercicio de gurús e iluminados, ni de grupos focales con propósitos de mercadeo. Debe ser el resultado de una práctica social que incorpore las luchas y las vivencias de las miles de personas que en nuestro País defienden a diario sus comunidades y el ambiente, que se organizan para proteger sus empleos y enfrentar la precariedad económica o para limpiar una escuela o una instalación deportiva, entre muchas otras.
El segundo, tal vez representa el reto mayor. Se trata de articular la energía que representa la participación y acción de los más. Ese espacio –quizás sea más correcto hablar de espacios– tiene que ser representativo de la diversidad. El diseño debe permitir que todos y todas se sientan parte o representados. Por tanto, la estrategia busca la sumatoria de las acciones. El que quiera pintar, pinta; el que quiera cantar, canta; y el que quiera bailar, baila. En otras palabras, el menú tiene que ofrecer buenos platos, tanto para vegetarianos como para carnívoros. Lo importante es que la acción de unos no cancele la de otros. Desde esta óptica, en lugar de insistir en la unidad orgánica o institucional, debemos exhortar a la concertación en la pluralidad. ¡Y no es un juego de palabras!
Afortunadamente, en nuestra historia hemos tenido buenos ejemplos. El más reciente fue Vieques. Allí, no hubo una organización hegemónica ni un líder único. Todos encontramos un espacio. Sencillamente, la mayoría del pueblo participó de alguna forma. Unos en la desobediencia civil, otros en las marchas y actividades multitudinarias, muchos rezando, algunos aportando recursos materiales. En fin, se abrió un inmenso abanico de opciones y acciones, y ganamos. Pero, después, ¿qué pasó? Pues, cada organización regresó a su espacio. En efecto, muchos pensamos que se abría una oportunidad enorme de crecimiento y aunque era lo lógico, no fue así.
Debe anotarse que en la experiencia viequense los sectores organizados participantes eran débiles y frágiles, con algunas excepciones. Fue el espacio de convergencia, la acumulación de los atropellos de la marina yanqui (el detonante que significó la bomba que asesina a David Sanes), y el mensaje claro y sencillo –”Paz para Vieques”–, lo que produjo aquella potencia y energía que llevó al desenlace reclamado. Al desaparecer el espacio grande, las organizaciones regresaron al pequeño, pero esta vez con una experiencia exitosa en la mochila cuyas consecuencias se verían más adelante.
Organizar es asunto complejo y difícil
Desde entonces los sectores organizados enfrentamos un gran desafío para mantener lo que tenemos. Aún, luego de las grandes movilizaciones del año 2009 contra la entrante administración de Fortuño, y de la pujante acción de los universitarios que le siguió, las organizaciones regresan a sus “límites territoriales”. Ello no debería llevarnos a concluir que deban abandonarse. Por el contrario, no cabe duda que han jugado un papel importantísimo en la organización y las convocatorias de las grandes movilizaciones efectuadas. En todo caso, nos corrobora que organizar con el propósito de transformar la realidad es asunto muy difícil, lleno de obstáculos y para lo cual no existe una receta única ni atajos. La acción de organizar entraña una singularidad que requiere descifrarse en su propia temporalidad. Hay que intentar, intentar, y volver a intentar.
Una mirada a la realidad social y económica nos puede ayudar a encontrar algunas coordenadas para descifrar el acertijo. Por ejemplo, si consideramos la tendencia que reflejan los datos sobre el mercado de empleo en Puerto Rico, no debe sorprendernos el bajo nivel de organización sindical. Tan sólo el 29% de la población está empleada. Dicho de otra forma, el 71% no aparecen en las estadísticas del Departamento del Trabajo recibiendo un salario. Pero es más grave el asunto. De los empleados, la mayoría se ubican en trabajos precarios y la experiencia, aquí como en otros países, habla de la enorme dificultad de organizarlos. Dicho de otro modo, las políticas neoliberales han tenido como una de sus tantas consecuencias que el trabajo precario haya crecido en mayor proporción que el trabajo formal. Por tanto, la debilidad de la organización sindical (sin obviar, desde luego, otras razones) tiene una explicación en los cambios que han ocurrido en la propia estructura del trabajo. He aquí, también, una explicación de por qué la mayor proporción de los trabajadores unionados se encuentran en el sector público. Este escenario debería ser razón suficiente para que existiera una mayor concertación entre las organizaciones sindicales, pues, a la debilidad estructural no debería sumarse la incapacidad de reconocerla, sencillamente, lo que está en juego son las conquistas alcanzadas por la lucha obrera en general.
Por otro lado, a nivel social y comunitario, las propias limitaciones e insuficiencias de un sistema económico incapaz de incorporar el talento de su gente, han creado un ambiente de exclusión muy amplio que funciona como un vacío y obliga a amplios sectores de la población a buscar su subsistencia mediante formas “creativas” o la emigración. Sobre ese vacío cobran fuerza los mensajes, abiertos y subliminales, de las ideas dominantes (la ideología) dirigidas a fomentar las respuestas individuales y socavar las colectivas.
Tal vez, el resultado más perverso de la administración Fortuño es haber convertido en política “pública” la primacía de lo individual, por sobre lo colectivo. Por ejemplo, la nueva ley de permisos penaliza la participación ciudadana y le quita protección a los bienes de dominio público. La Ley 7 de mayo de 2009 ha sido un golpe demoledor contra la importancia de la organización sindical y su necesidad. El ataque despiadado a la Universidad de Puerto Rico como institución pública no tiene precedente. Y lo más reciente es lo que tiene que ver con la reforma contributiva bajo el lema “un peso en tu bolsillo vale más que un peso en el gobierno”. Esta última es una consigna puramente ideológica, pues es claro que la matemática y la historia la contradicen de forma apabullante.
A pesar de lo anterior y del ambiente adverso a la acción organizada, surgen momentos en los que se aglutinan y hacen su aparición las expresiones de oposición de forma contundente como fueron las movilizaciones multitudinarias ocurridas en el 2009 (la asamblea de pueblo el 5 de junio y el paro nacional el 15 de octubre), las realizadas en apoyo a la luchas de los universitarios, y más recientemente, las llevadas a cabo en contra del gasoducto.
Llegando al cruce de caminos
Entonces, parecería que la gente, el pueblo, las masas o como se le quiera llamar, están lanzando un mensaje consistente: “invítennos al espacio amplio, donde cabemos todos y todas; al chiquito, ¡no gracias!”. Quizás no se trata de falta de reconocimiento a los cientos de militantes que como hormigas trabajan a diario y sin descanso en las diversas organizaciones políticas y de lucha social en general. Es que los chiquitos, a mi modo de ver, hemos cultivado un diseño organizacional que en su propia naturaleza proyecta limitación de espacio y de acomodo. Nuestros mensajes tienen unos muros ideológicos y políticos muy altos y muy duros. Por eso resulta de extrema importancia actualizar nuestras reflexiones como práctica permanente y revisar nuestras propuestas para disponer de un mensaje pertinente que extienda la guardarraya de nuestra propuesta política para que se convierta en la de los más.
Bueno, y si tenemos mensaje, propuestas claras y las mayorías participando en espacios articulados: ¿rompemos la inercia?, ¿se produce el cambio? Con toda probabilidad sí. Solo faltaría que maduren las condiciones objetivas: eso que surgió velozmente en lo que se ha llamado la primavera árabe. ¿Podemos vislumbrar que ocurra también en nuestro País?
Todos los datos, estadísticas y análisis que informan las agencias del gobierno y otras instituciones privadas, apuntan al colapso del modelo económico y con él, debe añadirse, su expresión política. Su transformación es inevitable para dar atención a las necesidades y aspiraciones de los puertorriqueños. En ese sentido, es inescapable reconocer que el conflicto principal trata de poderes políticos. Acaso ¿pueden diseñarse e implantarse políticas económicas, sociales y ambientales sin instrumentos institucionales y sin poderes? ¡Imposible! Al decir del destacado economista Francisco Catalá, hace falta que “la caja de herramientas” esté completa.1
Uno de los asuntos que evidencia lo inédito de la crisis actual es el monto enorme de los fondos federales inyectados a la economía en los pasados dos años y cuya consecuencia no ha evitado la profundización de la crisis. Tanto los cerca de $6 mil millones de fondos ARRA; como los que se transfirieron a algunas instituciones bancarias al son de sobre mil millones del programa de rescate TARP; así como los $1,200 millones que al final de su incumbencia erogó George W. Bush, no han hecho mella en revertir la tendencia económica negativa. Es decir, ya los fondos federales son insuficientes para mantener a flote la economía de Puerto Rico. Y lo que se espera es una reducción en el presupuesto de Estados Unidos, como parte de la presión enorme que ejercen lo sectores más derechistas allá. A todo ello, hay que sumar la incapacidad demostrada de la estructura económica para reflotar por sí misma.
En otras palabras, la crisis aguda de un sistema económico que languidece, las enormes injusticias sociales en espiral y las contradicciones exacerbadas de un dominio político aberrante no pueden ser contenidas por los instrumentos de control utilizados en las últimas décadas. ¡Sí, el muro se agrieta!
Entonces, estamos ante un momento único. Se impone que, quienes hemos estado participando de los esfuerzos para romper la inercia y transformar la realidad de dominación que hemos vivido desde que surgimos como pueblo y nación, hagamos los ajustes. Se hace urgente que actualicemos nuestros pensamientos y propuestas, y propiciemos los espacios amplios para generar la masa crítica que potencie la fuerza para el cambio impostergable.
1 Recomiendo la lectura del ensayo de Francisco Catalá, La economía de Puerto Rico: del enclave colonial al imperativo de la independencia, en Puerto Rico nación independiente: imperativo del siglo XXI |