Algo fundamentalmente peligroso le está ocurriendo al colectivo puertorriqueño. La profundidad de la crisis que nos arropa ha logrado lacerar nuestra capacidad para comunicarnos, para entendernos y para consensuar soluciones.
Sobre todo, hemos desarrollado una peligrosa tendencia a no escuchar las razones y fundamentos de las ofertas de soluciones que nos ofrecen los otros porque crece de manera alarmante una desconfianza en la capacidad y las motivaciones de los otros. Hay, sin embargo, verdades que todo el mundo acepta; una de ellas afirma que la crisis que nos arropa amenaza la existencia del Puerto Rico que esta generación está dispuesta a apoyar.
Nunca como ahora Puerto Rico vio a Estados Unidos como generadora de problemas. Una porción muy grande de puertorriqueños asocia ahora a ese país, no como un Tío Sam generoso, sino como un explotador consecuente de los esfuerzos de productividad de nuestro pueblo. Esa visión era, hasta hace poco, la conclusión inevitable de los que aspiramos a la independencia por el contenido de soberanía, que es poder para decidir sobre nuestros asuntos. Crece la sospecha de que para toda salida de situaciones difíciles este país tiene que acudir al americano para obtener su visto bueno. Y alguien podría decir que eso ha sido siempre así y que por lo tanto nadie debe extrañarse. El problema es que la quiebra de los supuestos y llamados pilares del Estado Libre Asociado ha colocado a la mayoría de nuestro país frente a las crudezas del colonialismo del que ellos se habían disasociado por subjetivismos rayanos en la mentira, impuestos por el Partido Popular al margen de la realidad.
Ahora el Rey exhibe su desnudez y al País las circunstancias le piden que asuma la realidad de su colonialismo y su pobreza. Pobreza frente a una deuda que es política y que tiene ribetes claros de imperialismo. Autoflagelarnos, imputándonos la total responsabilidad por esa enorme deuda, es obviar la enorme productividad de esa deuda para quienes controlan de manera apretada la llamada democracia norteamericana.
En 1998, con motivo del centenario de la invasión norteamericana a Cuba y Puerto Rico, entre los escritos que reseñaron su importancia se produjo un análisis de Noam Chomsky, como siempre con una penetración y agudeza crítica que al cabo de 17 años retiene una vigencia y actualidad que merece ser releído por esta generación. Selecciono de ese ensayo lo relativo a las deudas nacionales, de manera muy abreviada:
Expresa Chomsky:
“When the U.S. took Cuba it canceled Cuba’s debt on the grounds that it was an ‘odious debt’ with no standing because it had been forcibly imposed upon the Cuban people.
“The same reasonable argument extends to the current Third World debt. Another option is the capitalist principle that those who borrow and lend are held responsible. The money was not borrowed by campesinos, workers or slum dwellers; they gained little from it and often suffer grievously as a result. Buy they are held responsible for the payment —along with western taxpayers— not the banks who made bad loans or the economic and military elites that enriched themselves while transferring the wealth to New York and London’.
“The debt is an ideological construct, not a simple economic fact. As understood long ago, the capital movements provide a powerful weapon against social justice and democracy. There is nothing inevitable about any of the developments that are reshaping the international order. They are not laws of nature or economics, but the result of decisions, which can be changed, made within human institutions that can be replaced by others that are more free and more just, as has often happened in the past”. (A Century Later, Noam Chomsky, Peace Review, Sept. 1998)
Nuestra deuda es impagable. Aunque de consecuencias económicas éste es un problema político de entronque claramente ideológico. La oposición basada en que se está tratando de descargar el peso de la responsabilidad sobre aquellos que no tienen responsabilidad alguna en la misma es un argumento de una solidez indiscutible. Es una deuda odiosa, igual que aquella que pesaba sobre el pueblo cubano en 1898 y que Estados Unidos repudió por injusta.
Debemos sentirnos orgullosos de aquellos que han levantado su voz, con energía y valentía, para hacer las denuncias que la situación de insensibilidad amerita.
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