“Y yo estaba atento y trataba de saber si había oro. Y vi que algunos de ellos traían un pedazuelo colgado con un agujero que tienen en la nariz. Determiné de guardar hasta mañana en la tarde y después partir para el Sudueste…a buscar el oro y piedras preciosas (Cristóbal Colón, Diario de a bordo, 13 de octubre de 1492).
“… con perfecto derecho los españoles imperan sobre estos bárbaros del Nuevo Mundo e islas adyacentes, los cuales en prudencia, ingenio, virtud y humanidad son tan inferiores a los españoles como los niños y las mujeres a los varones, habiendo entre ellos tanta diferencia como la que va de gentes fieras y crueles a gentes clementísimas, de los prodigiosamente intemperantes a los continentes y templados, y estoy por decir que de monos a hombres (Juan Ginés de Sepúlveda, Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios, 1550).
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, le envió una carta al rey de España, Felipe VI y al Papa Francisco, en la que reclama al Estado español que se disculpe por los atropellos y barbaridades cometidos en América, al conmemorarse el aniversario número quinientos del inicio de la conquista del imperio Azteca-Mexica, a cargo de Hernán Cortés, que se completó dos años después, en 1521. Ese trascendental hecho -el inicio de la conquista de Tenochtitlan- ocurrió veintisiete años después de la llegada de los conquistadores europeos encabezados por el notorio Cristóbal Colón a la isla de Guanahaní—12 de octubre de 1492-, la que bautizaron San Salvador y que luego los británicos denominaron Watling.
Las reacciones no se hicieron esperar, sobre todo en ciertos sectores del lado español, que se han mostrado ofendidos y que en todo caso han pretendido defender, con diversas tonalidades, lo históricamente indefendible. Desde el rey hasta funcionarios de gobierno, intelectuales de diverso signo y medios de comunicación, han querido justificar en mayor o menor medida los desmanes que provocaron la conquista y colonización de América a muchos millones de seres humanos. Alguno hasta se ha atrevido a sugerir que somos los pueblos americanos los que debemos dar las gracias a España por nuestra existencia, por nuestra cultura y nuestro ser social e histórico.
Lo que pierden de vista los ofendidos, es que las expresiones de López Obrador, que sintetizan el sentimiento de millones de latinoamericanos y caribeños, así como de africanos y ciudadanos del tercer mundo en general, no es un asunto del pasado, sino que se relaciona directamente con la vida que viven y sufren hoy multitudes en todo el mundo. Que no se puede tapar el cielo con la mano. Que los conquistadores no vinieron a conquistar almas ni a traer cultura. Que vinieron armados hasta los dientes y arrasaron, siempre, con todo lo que pudieron. Que nuestros pueblos, culturas y nacionalidades no existen gracias a ellos sino a pesar de ellos. Que el castellano, hoy vernáculo de muchos de nuestros pueblos, fue en un principio lengua de conquista, como fue religión de conquista el cristianismo. Que no fue un acto de amor sino de codicia, de avaricia, de desprecio y prepotencia. Todo impuesto. Simplemente, porque esa es la naturaleza brutal y despiadada de la conquista.
Todavía están contabilizando los buques cargados de oro, plata, perlas y de incontables riquezas, hundidos en distintos mares y océanos, para completar el saqueo tantos años después. Todavía aparecen por ahí a querer dar órdenes a nuestros gobiernos de cómo deben comportarse, como si fueran los dueños de antaño. Como cuestión de hecho, todavía no se han ido de América y mantienen colonias en este continente.
España ha llegado al descaro de proclamar, desde el año 1986, el 12 de octubre como Día de la Fiesta Nacional. Con desfiles y fanfarria, evocando la grandeza perdida, recordando aquel que fue su gran día de gloria, el del inicio de la conquista de América, y el primer gran día para desgracia de tantos.
A la hora de conmemorar el llamado quinto centenario en 1992, España y Europa se sirvieron con la cuchara grande. Insistían en que a aquel hecho se le siguiera denominando descubrimiento, y luego tranzaron por encuentro. Prevalecía la visión eurocéntrica de la historia. Celebraron por todo lo alto en distintas capitales americanas cuyas autoridades se inclinaban ante esa interpretación tan distorsionada y falsa de los hechos. Pero veintisiete años después, ya no queda duda de que aquello representó el inicio de la conquista continental y mundial a cargo de un puñado de imperios ávidos de riqueza y poder. Esa probablemente es la mayor significación de la carta de López Obrador al rey y al Papa, poner el dedo en la llaga, que no ha sanado aún.
Claro que la responsabilidad histórica no ha sido únicamente del imperio español. Que otros imperios europeos se repartieron el botín americano. Que la barbarie provino de diversos puntos de la muy culta y arrogante Europa. Que con América, África, Asia y Oceanía fueron tomados también para colmar los tesoros imperiales hasta más no poder. Que posteriormente han surgido otras potencias imperialistas que han puesto de su parte en el saqueo del mundo.
Claro que los pueblos, países y gobiernos que surgieron del colonialismo tienen responsabilidades que asumir sobre lo que ha sido su devenir histórico, social, económico y humano hasta el día de hoy. Lo que si resulta inadmisible es que se pretenda ignorar, como mirando hacia el otro lado, el atropello, la violencia, el saqueo, la esclavitud, el genocidio y el abuso general que significó para diversas civilizaciones y culturas, para millones de seres humanos, la conquista y colonización europea de eso que ellos mismos llamaron América.
Que se detengan por un momento a reflexionar estas monarquías famélicas, esa nobleza pasada de moda, esos reyes y reinas anacrónicos, que solo sirven para llenar las páginas de la revistas de farándula y para darse buena vida—en invierno esquiando en los Alpes, en verano en sus yates por el Caribe-, y que reconozcan que en buena medida la pobreza, desigualdad e injusticia de todo tipo que sufre hoy buena parte de la humanidad es fruto y consecuencia de sus actos imperiales. Que reconozcan que en gran medida los profundos problemas que sufre tanta gente en el planeta son su criatura histórica. Que entiendan que el oro, la plata y los diamantes ensangrentados que descansan en sus tesoros nacionales son el fruto del saqueo despiadado a continentes enteros. Que si hoy enfrentamos tantas tribulaciones, se debe en gran medida a lo que comenzó a suceder aquel desgraciado 12 de octubre de 1492.
Entonces, quizá, podremos platicar con cierta calma y sosiego y sostener las relaciones más cordiales. Mientras tanto, mientras el pasado esté tan presente en nuestras diversas realidades nacionales, culturales y humanas, y no haya asomo de rectificación y reconocimiento, no habrá perdón ni olvido.
Ténganlo por seguro.
(Tomado de El Nuevo Día)
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