Durante los pasados 50 años se han celebrado en Puerto Rico cinco “plebiscitos”, incluyendo el que se propone realizar el gobierno PNP-Rosselló el 11 de junio próximo. El de 1967 fue una iniciativa del PPD, apenas quince años después de la fundación del ELA. Los “plebiscitos” de 1993, 1998, 2012 y 2017 han sido obra del PNP.
En ninguno se ha plebiscitado nada. Es decir, no se ha decidido nada; porque para plebiscitar, o sea, para tomar decisiones políticas, hay que tener poder. El mismo del que carecen las administraciones coloniales del PPD y el PNP. Por eso, tales “plebiscitos” han sido meros concursos de simpatías, o encuestas que le han costado millones de dólares al pueblo.
En 1967 el PPD intentó darle lustre a la fórmula del ELA, que a tan temprana fecha mostraba su debilidad y sus grandes limitaciones, como mal disfraz de la condición colonial que se había mantenido inalterada desde 1952.
En 1993, 1998 y 2012 fue la obstinación del PNP y los anexionistas lo que nos condujo a otras tres consultas mal llamadas plebiscitarias. Víctimas crónicas de una suerte de “síndrome de amor no correspondido”, los anexionistas insisten en 2017 en derrochar millones de dólares, en medio de una crisis económica sin precedentes, a sabiendas de que dicha consulta es inservible. Parten de dos premisas absolutamente equivocadas.
La primera es la insistencia de que Puerto Rico tiene “derecho” a la estadidad, cuando en realidad anexar es una prerrogativa soberana del gobierno de Estados Unidos, que históricamente la ha ejercido, siempre en función de sus intereses y de nadie más.
La segunda consiste en querer imprimirle a la anexión un sentido anticolonial. Lo cierto es que la anexión significa, en palabras de don Pedro, la consumación del colonialismo. Por su carácter destructivo, la anexión es algo peor que el colonialismo. Este no es un pedazo de tierra baldía de la que se puede disponer como si no valiera nada, para integrarlo a otro país. Puerto Rico es una nación con todas la de la ley, carente únicamente de la soberanía, que una vez rescatada le permitirá constituirse en un Estado nacional.
Es difícil de entender el afán de los anexionistas de matrimoniarnos con quien nos trata tan mal, con quien nos humilla tanto, con quien no se cansa de hacernos saber cuánto nos desprecia. Si los anexionistas rechazan tanto el colonialismo, como dicen, ¿cómo es posible que quieran que nos entreguemos incondicionalmente al responsable histórico de esa condición colonial que no cesa?
Es algo así como la mujer violada que va al tribunal a que se reivindique su dignidad ultrajada; y el juez ordena, para reivindicarla, que se case con el violador…
El 11 de junio los anexionistas van solos a la farsa plebiscitaria, en busca de un número, de una estadística con la cual intentan de nuevo falsear la realidad. Como pretendieron hacer en 2012, cuando fueron el hazmerreír de todos, incluso de Washington. Son tan obstinados que se resisten a reconocer que son una fuerza minoritaria. Que su flamante gobernador llegó a la Fortaleza con apenas el 22 por ciento de los votos de los inscritos. Que es la cifra más baja de votos alcanzada por el PNP desde su fundación, hace medio siglo. Y que al gobierno de Trump solo le interesa poseernos y utilizarnos, como lo han hecho durante más de 118 años.
Están desesperados. Ahora han lanzado una campaña de miedo, tratando de engatusar a los incautos o a los miedosos. Van a fracasar en su intento. Van a quedar en ridículo. A la postre serán los patéticos protagonistas de la quinta farsa plebiscitaria.Durante los pasados 50 años se han celebrado en Puerto Rico cinco “plebiscitos”, incluyendo el que se propone realizar el gobierno PNP-Rosselló el 11 de junio próximo. El de 1967 fue una iniciativa del PPD, apenas quince años después de la fundación del ELA. Los “plebiscitos” de 1993, 1998, 2012 y 2017 han sido obra del PNP.
En ninguno se ha plebiscitado nada. Es decir, no se ha decidido nada; porque para plebiscitar, o sea, para tomar decisiones políticas, hay que tener poder. El mismo del que carecen las administraciones coloniales del PPD y el PNP. Por eso, tales “plebiscitos” han sido meros concursos de simpatías, o encuestas que le han costado millones de dólares al pueblo.
En 1967 el PPD intentó darle lustre a la fórmula del ELA, que a tan temprana fecha mostraba su debilidad y sus grandes limitaciones, como mal disfraz de la condición colonial que se había mantenido inalterada desde 1952.
En 1993, 1998 y 2012 fue la obstinación del PNP y los anexionistas lo que nos condujo a otras tres consultas mal llamadas plebiscitarias. Víctimas crónicas de una suerte de “síndrome de amor no correspondido”, los anexionistas insisten en 2017 en derrochar millones de dólares, en medio de una crisis económica sin precedentes, a sabiendas de que dicha consulta es inservible. Parten de dos premisas absolutamente equivocadas.
La primera es la insistencia de que Puerto Rico tiene “derecho” a la estadidad, cuando en realidad anexar es una prerrogativa soberana del gobierno de Estados Unidos, que históricamente la ha ejercido, siempre en función de sus intereses y de nadie más.
La segunda consiste en querer imprimirle a la anexión un sentido anticolonial. Lo cierto es que la anexión significa, en palabras de don Pedro, la consumación del colonialismo. Por su carácter destructivo, la anexión es algo peor que el colonialismo. Este no es un pedazo de tierra baldía de la que se puede disponer como si no valiera nada, para integrarlo a otro país. Puerto Rico es una nación con todas la de la ley, carente únicamente de la soberanía, que una vez rescatada le permitirá constituirse en un Estado nacional.
Es difícil de entender el afán de los anexionistas de matrimoniarnos con quien nos trata tan mal, con quien nos humilla tanto, con quien no se cansa de hacernos saber cuánto nos desprecia. Si los anexionistas rechazan tanto el colonialismo, como dicen, ¿cómo es posible que quieran que nos entreguemos incondicionalmente al responsable histórico de esa condición colonial que no cesa?
Es algo así como la mujer violada que va al tribunal a que se reivindique su dignidad ultrajada; y el juez ordena, para reivindicarla, que se case con el violador…
El 11 de junio los anexionistas van solos a la farsa plebiscitaria, en busca de un número, de una estadística con la cual intentan de nuevo falsear la realidad. Como pretendieron hacer en 2012, cuando fueron el hazmerreír de todos, incluso de Washington. Son tan obstinados que se resisten a reconocer que son una fuerza minoritaria. Que su flamante gobernador llegó a la Fortaleza con apenas el 22 por ciento de los votos de los inscritos. Que es la cifra más baja de votos alcanzada por el PNP desde su fundación, hace medio siglo. Y que al gobierno de Trump solo le interesa poseernos y utilizarnos, como lo han hecho durante más de 118 años.
Están desesperados. Ahora han lanzado una campaña de miedo, tratando de engatusar a los incautos o a los miedosos. Van a fracasar en su intento. Van a quedar en ridículo. A la postre serán los patéticos protagonistas de la quinta farsa plebiscitaria.
(El Vocero - 12 de mayo del 2017) |