Discurso frente al monumento a Pedro Albizu Campos Imprimir
Escrito por Lcdo. Carlos Mondríguez Torres   
Domingo, 10 de Septiembre de 2023 16:20

 

 

 

Discurso del Lcdo. Carlos Mondríguez Torres
Frente al monumento a Pedro Albizu Campos
Salinas, Puerto Rico


9 de septiembre de 2023

Muy buenos días.  Para mi constituye un honor que ustedes me hayan invitado a decir unas palabras en este acto de conmemoración del natalicio de Don Pedro Albizu Campos, figura cimera de la lucha por la independencia de Puerto Rico que tanta significación tiene para los puertorriqueños, nuestra patria y el resto de América Latina.


Como todavía nos encontramos en el año del Centenario del Partido Nacionalista de Puerto Rico intentaré, dentro de las limitaciones de tiempo, a grandes pinceladas elaborar las grandes aportaciones de Don Pedro Albizu Campos en el ideario y praxis de la lucha por la independencia y como estas marcaron el rumbo del Partido Nacionalista de Puerto Rico.


Antes, es necesario ubicarnos en el contexto histórico del Puerto Rico de finales del Siglo XIX y principios del siglo XX.


Es un hecho que para las postrimerías del siglo XIX, los esfuerzos y recursos humanos y económicos del independentismo puertorriqueño se concentraron en auxiliar la lucha por la independencia de Cuba, en el entendido de que cuando esta triunfara, todos los esfuerzos de los antillanos se concentrarían en lograr la independencia de Puerto Rico.


Sin embargo, ese objetivo se malogró con la entrada de las tropas yanquis al escenario de la guerra contra España. Como resultado de la guerra Hispano Cubano Americana, Estados Unidos adquirió a Puerto Rico como botín de guerra, en contravención de las disposiciones más elementales del derecho internacional y natural.  Carentes entonces, por las razones ya dichas, de efectivos independentista en Puerto Rico, bien organizados y con la capacidad de combatir, oponerse o siquiera resistir a tal ultraje, los Estados Unidos establecieron y gradualmente fortalecieron su poder sobre Puerto Rico ante el embeleso de la comunidad internacional y de la gran mayoría de puertorriqueños que, creyendo sus mentiras de libertad y democracia, estaban convencidos de que la invasión de Puerto Rico era algo temporal que habría de finalizar cuando derrotaran a las tropas españolas.


Derrotado el imperialismo español, las tropas yanquis permanecieron en Puerto Rico con el único propósito de sustituir el imperio español por su propio imperio. Muchos lideres políticos puertorriqueños de entonces, como buena parte de los líderes políticos de ahora, con tal de participar de las migajas de poder que caían de la mesa de su nuevo amo, dieron su anuencia cómplice al ultraje colonial.  Limitaron sus esfuerzos a disentir de la ley Foraker y a buscar reformas dentro del régimen colonial que se aproximaran al “self goverment”.  Solicitaron una y otra vez la estadidad y en su defecto la ciudadanía estadounidense.


La indiferencia y el rechazo de los Estados Unidos a tales peticiones, generó en muchos el descontento y luego la indignación que eventualmente hizo germinar la semilla latente del sentimiento y pensamiento nacionalista en nuestro pueblo.  Surgen de esta forma las voces de Rosendo Matienzo Cintrón, Vicente Balbás Capó, Luís Lloréns Torres, José de Diego, Eugenio Benítez Castaño, Manuel Zeno Gandía, y Rafael López Landrón quienes, entre otros, habrán de defender la independencia como destino político de Puerto Rico.  Todos fueron elocuentes con su verbo y con su pluma.  Muchos fueron grandes legisladores.  Dos de ellos llegaron a presidir la Cámara de Delegados.  Sin embargo, a la hora de organizar al pueblo para el rescate de su soberanía, fracasaron.  Muchos de ellos ni siquiera lo intentaron.


Con la muerte de José De Diego, quien en las postrimerías de su vida había logrado que la independencia fuera el derrotero único del Partido Unión, dicha colectividad, dirigida por Antonio R. Barceló, no solo regresó a sus cauces de ambivalencia y conservadurismo, sino que se inició en el peligroso juego de contemporizar con el régimen y de lavarle la cara a la colonia adoptando en 1922 el Proyecto del Congresista Campbell que proponía una fórmula de Estado Libre Asociado, como su derrotero político.


En protesta por tal afrenta, las dos organizaciones de jóvenes independentistas del Partido Unión se retiraron de ese partido y fundaron el 17 de septiembre de 1922 el Partido Nacionalista de Puerto Rico. Albizu Campos no ingresó de inmediato al Partido Nacionalista, sino que ingresó al Partido Unión el 3 de octubre de 1922 con el fin de luchar para que la independencia volviera a ser el único derrotero de ese partido.


En la reunión de La Alianza celebrada en Ponce se aprobó un entendido bipartito con los republicanos para luchar por “la democracia dentro de la democracia americana”.  Albizu, como delegado de Ponce del Partido Unión de Puerto Rico, se opuso enérgicamente a tal acuerdo, diciendo que esa era una maniobra para retardar la solución final del estatus a cambio de unas promesas que solo servían para aplacar el clamor del país por mayores poderes. Luego, en el periódico El Mundo de 31 de enero de 1923, planteó que: la debatida frase soberanía dentro de la soberanía, nos dicen unos que quiere decir el estado federal y otros que quiere decir estado libre asociado.  Los autores de ella ofrecen interpretaciones que constituyen una antítesis.  Lleva en sí la muerte… Como la otra interpretación es tan contraria a ésta, llegamos a la conclusión que la frase no quiere decir nada.


El 12 de mayo de 1924 Albizu renuncia al Partido Unión entendiendo que dicho partido se había allanado al coloniaje.  Poco después ingresó en el Partido Nacionalista, y en 1927, siendo ya su primer vicepresidente inició un largo peregrinaje por América Latina donde recabó apoyo para la independencia de Puerto Rico.  A Puerto Rico llegan las noticias de la prédica albizuista y se reseñan los lineamientos de su pensamiento nacionalista que sin duda generan admiración y expectativas de esperanza en la juventud puertorriqueña. De igual manera, el impacto de dicha prédica en América Latina fue de tal magnitud que, el gran Augusto César Sandino se refería a Albizu como el primer gran antiimperialista de América.


Durante ese viaje de Albizu acontece el huracán San Felipe y el huracán político que culminó con el rompimiento de los partidos de la Alianza, el Unionista de Antonio R. Barceló y el Republicano de José Tous Soto.  Este rompimiento unido al éxito de la prédica de Albizu y el Partido Nacionalista, llevan al Partido Unión a adoptar nuevamente la independencia en su programa político.
Mientras Albizu Campos continuaba su periplo por varias naciones de América Latina recabando su solidaridad y ayuda a la causa de independencia de Puerto Rico, buena parte de los líderes y miembros del Partido Nacionalista ingresaron al Partido Unión, en gran medida como resultado del operativo organizado por la inteligencia del imperio Yanqui cuyo objetivo era asimilar a los máximos dirigentes y a los dirigentes juveniles del Partido Nacionalista de Puerto Rico.


Cuando don Pedro regresa a Puerto Rico el 4 de enero de 1930, el Partido Nacionalista está hecho pedazos y buena parte de sus cuadros dirigentes habían sido absorbidos por el Partido Unión.  El Partido Nacionalista se encuentra desorganizado.


Era evidente que el Partido Unión, poco después renombrado como Partido Liberal de Puerto Rico, quería absorber a la totalidad del Partido Nacionalista con tal de aumentar sus sufragios y ganar las elecciones de 1932.  El liderato unionista visitó a Don Pedro Albizu Campos al barrio Las Palmas (Villa Palmeras) intentando que este ingresara al Partido Unión.  Antonio R. Barceló y Luis Muñoz Marín lo visitaron en una de las ocasiones con similar propósito.  Albizu rechazó la invitación. Para Albizu era prioritario la reorganización del Partido Nacionalista y un cambio en su filosofía y estrategias de lucha. ¿Por qué un cambio? Porque hasta ese momento, en el Partido Nacionalista de Puerto Rico, con la excepción de la prédica y praxis albizuista, el resto de su liderato principal seguía combatiendo al imperio en el plano jurídico y por momentos parecía más un contemporizador del imperio yanqui que su antagonista. Hasta entonces los distintos presidentes que había tenido el Partido Nacionalista, provenían de las clases acomodadas del país, eran elitistas, y no le habían dado casi ninguna participación directiva a las mujeres, los negros y los pobres en las estructuras del partido. Por si esto fuera poco, no habían fortalecido en forma alguna la organización y las finanzas del partido, y su trabajo político y militancia en la lucha por la independencia era uno marginal e inconsecuente. Peor aún eran sus contradicciones ideológicas. Basta con decir que mientras hablaban de independencia, se congraciaban con el invasor poniendo banderitas de los Estados Unidos alrededor de la tribuna del Partido Nacionalista en sus actos públicos. Todo eso cambió el día de las madres de 1930.


Por razones que ustedes pronto entenderán, Albizu escogió la fecha del 11 de mayo en la que se celebraba el día de las madres, para llevar a cabo la asamblea del Partido Nacionalista. En esa asamblea celebrada en el Ateneo Puertorriqueño, el 11 de mayo de 1930, se eligió a Pedro Albizu Campos como presidente del Partido Nacionalista. Su mensaje a la asamblea presagió los cambios que se avecinaban. Albizu comenzó su mensaje lamentándose de que no se oyera la opinión de las mujeres en momentos en que la mujer puertorriqueña tiene en sus manos el poder de realizar una gran labor cívica.  En consecuencia, anunció que quería llevar al corazón de las mujeres ese ideal de responsabilidad para con su patria.  Y vaya que lo hizo, puesto que, no solo extendido el mensaje independentista a la mujer puertorriqueña, sino que la incorporó a la lucha por la independencia y más aún, a la dirigencia de la lucha por la independencia. Más adelante en nuestra en historia veremos cuán acertada fue esa visión y determinación política.


A partir de entonces se incorporaron a la lucha de independencia una serie de nuevos paradigmas que sentarían la tónica de la lucha antiimperialista en Puerto Rico y el resto de nuestra América en el siglo XX. Don Pedro también acabó con el elitismo y el racismo en el partido. No solo incorporó a las mujeres, los pobres y a los negros al partido en cantidades nunca antes vistas, sino que fomentó su participación en las posiciones de dirigencia. De inmediato, bajo la presidencia de Don Pedro, el Partido Nacionalista se dedicó por entero a su reorganización. Se creó la Asociación Patriótica de Jóvenes Puertorriqueños, el Cuerpo de Cadetes de la República, las Hijas de la Libertad, el Cuerpo de Enfermeras, la Federación de Estudiantes Puertorriqueños (FEP) y el Cuerpo de Exploradores Puertorriqueños para niños y jovencitos, organización yuxtapuesta a los Boys Scouts of America que en Puerto Rico era un brazo más de la propaganda asimilista del imperio. La Federación de Estudiantes Puertorriqueños tenía como postulados básicos la lucha por la independencia, la reforma universitaria, la autonomía universitaria y el español como vehículo de enseñanza.  Tuvo un papel importante en la huelga universitaria de 1933 y en los sucesos acontecidos en Puerto Rico entre 1934 y 1937.


La fundación de las Hijas de la Libertad es el ejemplo más elocuente de la apertura organizativa que experimentaba en esos momentos el Partido Nacionalista de Puerto Rico ya que este Cuerpo fue fundado en marzo de 1932 por Lamia Azize quien apenas contaba con 15 años, y otras jóvenes estudiantes de la Escuela Superior de Caguas.  Lamia fue electa presidenta de las Hijas de la Libertad y se dio a la tarea de organizar capítulos en todos los pueblos. De igual forma surgieron en muchos municipios las Juntas de Damas Nacionalistas, organización precursora del Cuerpo de Enfermeras de la República, de corte militar e igualmente uniformado, pero con su particular distintivo: sobre su gorro negro se destacaban dos machetes en miniatura cruzados y una estrella. Sin duda, las damas nacionalistas fueron las primeras macheteras de la lucha por la independencia de Puerto Rico.


Por su parte, el Cuerpo de Cadetes estaba compuesto principalmente de estudiantes, obreros y artesanos que provenían de familias pobres de obreros y agricultores. En ninguno de los cuerpos mencionados se discriminó por razón de raza. Dos cadetes negros asumirán puestos de oficiales en el cuerpo de los Cadetes de la República: Dionisio Pearson y Osiris Delgado, el que pronto se convertiría en uno de los grandes artistas plásticos de Puerto Rico.


Tampoco se discriminaba por razón de creencias religiosas ni por la ausencia de estas. El credo de cada cual o la ausencia de credo no era impedimento para ingresar en ninguna de esas organizaciones. Basta con señalar que Tomás López de Victoria y Casimiro Berenguer, altos oficiales del Cuerpo de Cadetes de la República eran espiritistas.


Pero más importante aún es el hecho de que a partir de 1930 el Partido Nacionalista de Puerto Rico, bajo la presidencia de Pedro Albizu Campos, se inició una etapa de no colaboración con el régimen colonial y de lucha radical y militar contra el imperialismo que lo distinguía del Partido Liberal y de los demás partidos coloniales. En su mensaje a la Asamblea celebrada en mayo de 1930, Albizu denunció la actitud sumisa asumida hasta entonces por algunos líderes del partido. Dijo: Hay que acabar con este nacionalismo de cartón, y hay que fomentar un nacionalismo de verdad, de acción, informado de un espíritu de sacrificio y de patriotismo acrisolado.  Al proponer una nueva actitud combativa frente a la Metrópolis, dijo: Señores, no hay margen para tallar una política de sometimiento como la que ha venido prevaleciendo en Puerto Rico. Hay que postular una ideología nacionalista franca y definitiva frente a los invasores. No hay margen para una actitud fraternal y solidaria con los enemigos de la patria. Hay que ponerse de frente al invasor valientemente, de lo contrario estaremos destinados a desaparecer irremediablemente.


Tanto el presidente honorario del partido, José Coll Cuchí como el presidente saliente Antonio Ayuso Valdivieso, abandonaron la asamblea luego de criticar el mensaje de Albizu. Poco después renunciaron evidentemente ante la radicalización del partido. Ante dichas renuncias, Albizu declaró el 14 de mayo de 1930 en el periódico El Imparcial que: el Partido Nacionalista había salido de esa pesadilla. Y añadió: El templo está limpio.


La mayoría de los delegados del Partido reunidos en asamblea determinaron participar en las elecciones de 1932. A pesar de las limitaciones financieras, el Partido Nacionalista llevó a cabo la campaña más vigorosa jamás vista hasta entonces a favor del ideal de independencia. La participación de Pedro Albizu Campos y otros dirigentes en cientos de mítines, conferencias y programas radiales, así como sus conferencias de prensa y artículos periodísticos, captaron la atención de los puertorriqueños y generaron miles de adeptos al ideal de independencia, aún en las filas del Partido Unión que pronto dejaría de serlo para convertirse en el Partido Liberal.  Tal éxito proselitista también llamó la atención de las autoridades militares quienes temerosos ante el crecimiento del Partido Nacionalista (único partido que no colaboraba con el régimen) obtuvieron de WKAQ radio que le cancelara el resto de los programas radiales y anuncios que ya habían sido pagados por el Partido.  Ya era tarde, la juventud del partido liberal, encabezada por los independentistas Ernesto Ramos Antonini, con el apoyo del Dr. Francisco Susoni, Cayetano Coll Cuchí y Luís Llorens Torres habían logrado en la Asamblea celebrada el 13 de marzo de 1932, en el Teatro Municipal de San Juan, que el Partido Liberal que allí se fundaba tuviera la independencia como única solución al problema colonial de Puerto Rico y fuera su propósito el demandar el reconocimiento inmediato de la soberanía de Puerto Rico.  No cabe duda de que la prédica albizuista había germinado en las mejores conciencias de los unionistas que se dieron a la tarea de fundar el Partido Liberal.


Tanto predicó Albizu Campos contra el colonialismo a finales de la década del 20 y principios de la década del 30, que ningún partido político tendrá durante esta última década y principios de la década del 40, fórmulas coloniales tales como el estado libre asociado, la comunidad, el dominio o el “self government”.  Los programas de los partidos que comparecieron a las elecciones durante la década del 30 y los primeros cuatro (4) años de la década del cuarenta (40) ofrecerán como alternativas a la solución final del estatus de Puerto Rico, la independencia unos, y la estadidad otros.  Pero eso no era lo que el imperialismo yanqui quería para Puerto Rico.  Los yanquis nunca han querido otra cosa para Puerto Rico que no sea la colonia.  Si hubieran querido concederle o imponerle la estadidad a Puerto Rico, hace tiempo lo hubieran hecho de la misma forma que nos impusieron su ciudadanía en 1917, cuando nuestro pueblo por abrumadora mayoría la rechazaba.  Nada ni nadie le ha impedido a los Estados Unidos concederle a Puerto Rico la independencia, no ahora cuando los independentistas todavía somos una minoría, aunque en franco crecimiento, sino a mediados de los años 30’ y principios de los 40’ cuando indudablemente constituíamos una mayoría.


A pesar de su inmensa actividad proselitista, el Partido Nacionalista no obtuvo ni 5,500 votos en las elecciones de 1932.  Albizu obtuvo más del doble de esos votos como candidato al Senado, a pesar de que no se contó, ni remotamente, con fondos adecuados para la campaña y de que a este y al Partido Nacionalista les fue vedado el uso de la radio cuando más era necesario.  Albizu plantea a raíz del resultado electoral: “La política imperialista norteamericana ha vuelto a triunfar al conjuro de la propaganda de las facciones de gobierno; liberales, uniorepúblicanos y socialistas. La victoria de puertorriqueños sobre puertorriqueños es la derrota de la patria.”


A partir de entonces el Partido Nacionalista predicó el boicot electoral. Albizu planteó en la prensa del país que,  que con los 5,257 sufragistas del Partido Nacionalista queda constituido el Ejército de la República de Puerto Rico.  Se inicia así una nueva etapa en el Partido Nacionalista de actividad política de desafío al régimen colonial.


Contra todo pronóstico, luego de celebradas las elecciones de noviembre de 1932, la organización del Partido Nacionalista creció como la espuma. A partir de entonces no era extraño ver en la celebración del Grito de Lares, el desfile de unos 1,700 Cadetes de la República e Hijas de la Libertad uniformados, entrando a la plaza de la Revolución.  Tan grandes eran esos desfiles que, hasta el periódico New York Times los cubría en sus páginas.


La masificación del nacionalismo y las crecientes simpatías en torno a la causa de la independencia de Puerto Rico y la figura de Pedro Albizu Campos, que ciertamente trascendían los resultados electorales del Partido Nacionalista en 1932, preocuparon al imperio.  También le preocupaba al imperio el crecimiento del estadoismo y la ausencia de fórmulas coloniales clásicas en los programas políticos.  Desde la perspectiva del imperio había que acabar con Albizu Campos y el Partido Nacionalista al tiempo que crear otra figura o líder y otro vehículo capaz de representar una fórmula que perpetuara la colonia, aunque con reformas cosméticas.  Más aún se preocupó el imperio cuando el Partido Nacionalista redobló sus esfuerzos de organización política mediante el reclutamiento de muchos más Cadetes y Enfermeras de la República para integrar el Ejército Libertador, bajo el lema de que el nacionalismo era la patria organizada para el rescate de su soberanía.


Finalmente, el imperialismo yanqui, su claque colonial en Puerto Rico y las empresas que se lucraban de la explotación colonial,  cundieron en pánico por el asesoramiento, dirección y ayuda de Pedro Albizu Campos y el Partido Nacionalista a los obreros de la caña y de unas doce uniones más en huelga. El imperio y los capitalistas ausentistas de la caña, los ferrocarriles y otras empresas yanquis en Puerto Rico no podían darse el lujo de que la organización de los cadetes de la República se incorporase a las justas luchas de una clase obrera que había sido azotada por par de huracanes, la gran depresión y la explotación económica más brutal en la historia de nuestro país.


Había que provocar al nacionalismo, desarticularlo y desprestigiar a sus líderes, todo ello antes de que el Partido Nacionalista solidificara su organización política y sus finanzas, y se granjeara las simpatías del resto de la población.


Con esos propósitos el presidente Roosevelt nombra en marzo de 1934 al General Blanton Winship como Gobernador de Puerto Rico. Winship era un racista de Macon Georgia, hijo y nieto de los mayores esclavistas de Georgia. Llega también a Puerto Rico el coronel de inteligencia militar Elisha Francis Riggs para hacerse cargo de la Policía Insular.  Mientras estuvo destacado en Nicaragua, Riggs adiestró a la Guardia nacional al mando de Anastasio Somoza y fue el artífice de la planificación del asesinato de Augusto César Sandino acontecido el 21 de febrero de 1934. La misión de Blanton Winship y Elisha Francis Riggs era aplastar al Partido Nacionalista de Puerto Rico.


Estos personajes orquestaron un plan para asesinar a Pedro Albizu Campos, y si no podían, desprestigiarlo, y si no podían, provocar al Partido Nacionalista. Como no pudieron asesinar a Don Pedro ni desprestigiarlo, el 24 de octubre de 1935 la Policía Insular Riggs emboscó a un grupo de nacionalistas que viajaban junto a Ramón S. Pagán en su vehículo, en dirección a la Universidad de Puerto Rico y los asesinaron a todos a mansalva con excepción del cadete Dionisio Pearson.  Ramón S. Pagán había sido testigo, par de meses antes, de un complot para asesinar a Pedro Albizu Campos, razón por la cual se le habían dado instrucciones de no participar en actos públicos y proteger así su vida. La dirección del Partido Nacionalista le imputó a Elisha Francis Riggs el atentado. Mutuamente Riggs y el Partido Nacionalista se declararon la guerra. El 23 de febrero de 1936, habiéndose cumplido dos años del asesinato de Sandino, Riggs fue ajusticiado por los cadetes nacionalistas, Hiram Rosado y Elías Beauchamp quienes fueron asesinados luego por la policía a mansalva.


Es en la despedida de duelo de estos dos gloriosos cadetes, que Albizu pronuncia en el Cementerio del Ceboruco en Santuece, uno de sus más célebres y significativos discursos. En dicho discurso incorpora, el que será un elemento esencial de la lucha por la independencia, incorpora la imperiosa necesidad de la virtud en el ideario y praxis de todo luchador por la independencia. Sí, se trata de la virtud de la que habló Simón Bolivar en el discurso del Congreso de Angostura en 1819, la virtud de la que hablaba Eugenio María de Hostos y Rosendo Matienzo Cintrón a finales del Siglo XIX y principios del XX. Para Albizu Campos los hombres y mujeres nacionalistas debían abrazarse a la virtud como algo inexorable a la lucha por la independencia. Pero había una virtud que descollaba sobre las demás, el valor. Dijo en esa despedida de duelo:  El valor es la suprema virtud del hombre y se cultiva como se cultiva toda virtud y se puede perder como se pierde toda virtud. El valor en el individuo es un supremo bien. De nada vale al hombre estar lleno de sabiduría y de vitalidad física si le falta el valor. De nada vale a un pueblo estar lleno de vitalidad, y de sabiduría si le falta el valor.


Si algo le ha sobrado al nacionalismo puertorriqueño es el valor.


Aun sin tener pruebas de que la dirección nacional del Partido Nacionalista de Puerto Rico estaba detrás del asesinato de Riggs, un Gran Jurado Federal presentó contra Pedro Albizu Campos y otros altos dirigentes nacionalistas sendos cargos de conspiración para derrocar al gobierno de Estados Unidos.


La reacción del pueblo puertorriqueño no se hizo esperar. Más de 20 Asambleas Municipales aprobaron resoluciones solicitando del gobierno federal el archivo de los cargos. Gabriela Mistral, Federico García Lorca y Pedro Enríquez Ureña, entre muchas otras figuras prominentes a nivel internacional, solicitaron lo mismo. También lo hicieron el Frente Unido Femenino de Puerto Rico y la Liga de Libertades Civiles de Estados Unidos. Antonio R. Barceló, presidente del Partido Liberal de Puerto Rico, declaró en el Periódico El Imparcial el 11 de mayo de 1936: Iremos a la revolución si fuera necesario. Puerto Rico no tiene otro camino que luchar o morir si fuera necesario por la independencia, pero aclaró que Puerto Rico no está en condiciones de ir a la independencia por las armas.


Como al imperio yanqui no le importaban esas expresiones, y nada los podía desviar de su objetivo de acabar con el Partido Nacionalista siguió adelante con el proceso judicial. Sin embargo, se anuló el primer juicio porque no se obtuvo un veredicto unánime. Los seis miembros puertorriqueños del jurado votaron a favor de la absolución de todos los acusados mientras que los seis miembros estadounidenses del jurado votaron por la convicción. Entonces, Blanton Winship se aseguró con el fiscal Cecil Snyder de que el jurado fuera integrado casi por completo por jurados estadounidenses comprometidos de antemano con la convicción de los acusados. Y así fue. Los acusados fueron encontrados culpables y enviados a distintas cárceles federales en los Estados Unidos.


No conforme con ello, en el afán del imperialismo yanqui de perseguir, asesinar y encarcelar a los nacionalistas, perpetraron una segunda masacre, la más grande que han llevado a cabo en la historia de nuestro país, la Masacre de Ponce. El Domingo de Ramos de 21 de marzo de 1937, el Cuerpo de Cadetes de la República se disponía a marchar pacíficamente por las calles de Ponce en conmemoración de la Abolición de la Esclavitud y en protesta por la condena federal de 10 años a Don Pedro Albizu Campos y a los demás dirigentes nacionalistas.


A pesar de contar con la autorización previa del alcalde de Ponce, José Tormos Diego, antes de comenzar la marcha el gobernador colonial, Blanton C. Winship, revocó el permiso de manera unilateral. Los Cadetes de la República, ya organizados en filas, comenzaron a marchar pacíficamente por la calle Marina. La Policía Insular, al mando del coronel Orbeta, armados con rifles, subametralladoras, granadas de mano, y revólveres disparó en contra los cadetes, desarmados, que cargaban “rifles” de madera de manera simbólica para marchar. Hubo más de 150 heridos y se desbordaron de inmediato los hospitales. Diez y nueve (19) hermanos y hermanas boricuas incluyendo la niña Georgina Maldonado murieron de la manera más vil y cruel. Tanto nacionalistas como no-nacionalistas fueron asesinados. Los Cadetes estaban completamente rodeados. La Policía había organizado una emboscada. El propósito no era impedir el desfile … el propósito fue MASACRAR puertorriqueños.


No empece las protestas del pueblo, la indignación internacional y los informes concluyentes sobre tamaño genocidio, el imperialismo continuó con su faena de seguir arrestando nacionalistas. Como resultado del informe de la Unión Americana de Libertades Civiles que señalaba el abuso de poder por parte de la uniformada, y de las peticiones hechas en el Congreso por el congresista Vito Marcantonio para que Blanton Winship fuera removido de la gobernación de Puerto Rico tras sus cinco años de asesinatos y tiranía, este renunció. Aunque el daño estaba hecho y se había interrumpido el paso avasallador que llevaba el Partido Nacionalista de Puerto Rico, aun así, el nacionalismo no murió.


Concluida la condena, Pedro Albizu Campos y casi todos los dirigentes nacionalistas encarcelados en 1936, regresaron al país. Albizu lo hizo el 15 de diciembre de 1947. Una inmensa multitud lo recibió y se dirigieron al parque Sixto Escobar donde pronunció un discurso. Allí dijo: No es la hora de las palabras, es la hora de la acción.  Al día siguiente, en conferencia de prensa celebrada en el Ateneo Puertorriqueño, Albizu dijo: El Partido Nacionalista se dirige a obtener la independencia patria y si los Estados Unidos deciden ahogar el derecho de los puertorriqueños por la fuerza, entonces el Partido nacionalista recurrirá a la fuerza para lograr sus objetivos. Preocupados por el regreso de Albizu y su proclama, el imperialismo yanqui comenzó a darle forma a su mayor farsa en Puerto Rico, que luego se conocerá como la Ley 600.


Con la llegada de Albizu a finales de 1947, el Partido Nacionalista superó sus niveles organizativos de 1935 y duplicó su labor proselitista. El Partido Nacionalista celebró mítines en todas las plazas públicas del país ganándose cada vez más el apoyo de los puertorriqueños. El 10 de junio de 1948, asustado el imperio y su títere Luis Muñoz Marín por la buena recepción del pueblo ante el mensaje nacionalista, lograron que se aprobara la Ley 53 que declaraba “delito grave el fomentar, abogar y aconsejar o predicar, voluntariamente o a sabiendas, la necesidad, deseabilidad o conveniencia de derrocar, destruir o paralizar el Gobierno Insular por medio de la fuerza o la violencia”. También incluye como delito el imprimir, publicar, editar, vender, exhibir u organizar o ayudar a organizar cualquier sociedad, grupo o asamblea de personas que fomenten la intención de derrocar, paralizar o destruir el Gobierno Insular. Como penalidad se imponía hasta un máximo de 10 años de cárcel, $10,000 de multa o ambas penas por cometer dichos actos. Esta ley fue bautizada por el Representante Leopoldo Figueroa como la “Ley de la Mordaza”. Esta ley represiva de la libertad de expresión y violatoria de los derechos civiles era una “burda copia de la Ley Smith norteamericana.


Comenzó así, la segunda etapa de persecución del nacionalismo en Puerto Rico. Pero la persecución, ahora como antes, venía acompañada de la provocación. Con dicho propósito, otra ley del Congreso de EU, y una proclama de su presidente bastaron para imponerle a los puertorriqueños el Servicio Militar Obligatorio y su componente de castigo carcelario de cinco años de prisión para el que se negara a inscribirse y/o participar en las fuerzas armadas estadounidenses.  
Impuesta la infame ley, Albizu Campos recorrió las ciudades y campos de Puerto Rico predicando el ideario independentista y manifestándose en contra de que la juventud puertorriqueña participara en el ejército de los Estados Unidos.  Lo mismo hizo el Partido Independentista Puertorriqueño, por campos y ciudades, bajo el liderato de Gilberto Concepción de Gracia. A pesar de ello fueron reclutados por el ejército de Estados Unidos miles de soldados puertorriqueños.


Varios jóvenes nacionalistas puertorriqueños se negaron a acatar la ley.  Entre éstos Rafael Cancel Miranda, un hijo de Mayagüez que militaba en el Partido Nacionalista de Puerto Rico.  Por su negativa a inscribirse en el ejército de los Estados Unidos Cancel Miranda fue acusado y sentenciado a cinco años de cárcel en 1949.


Al joven Cancel Miranda se le negó la fianza en apelación y se le ingresó en la cárcel La Princesa.  Enterados de que sería trasladado a una cárcel federal en los Estados Unidos, sus abogados presentaron una moción oponiéndose al traslado hasta tanto no se sustanciara y resolviera la apelación.  Denegada la moción, Rafael Cancel Miranda fue trasladado a la Penitenciaría Federal de Tallahassee, Florida. El Tribunal Federal de Apelaciones del Circuito de Boston confirmó la sentencia.


El 25 de junio de 1950 estalló la guerra de Corea, y el presidente Truman ordenó el envío de tropas a Corea.  El 3 de julio de 1950, el Congreso de los Estados Unidos aprobó la Ley 600, para darle paso a la engañifa del Estado Libre Asociado, un nuevo nombre jurídico para la vieja colonia. Ello indignó tanto a nacionalistas como independentistas. Pero lo que más los provocó fue que catorce mil (14,000) soldados puertorriqueños fueron movilizados a Corea, y para colmo, el mismo día en que el Partido Nacionalista celebraba el Grito de Lares, el 23 de septiembre de 1950.
En esa celebración del Grito de Lares, pasó algo que pocos notaron, Blanca Canales le dijo algo al oído a su primo Griselio Torresola. Albizu sabía que los agentes del FBI tenían muy vigilados a los hombres del Partido Nacionalista, pero no a las mujeres que eran tan líderes como los hombres nacionalistas y estaban igual de preparadas que estos.


El 30 de octubre de 1950 estalló la revolución nacionalista con la movilización de los Cadetes de la República en varios municipios del país, particularmente Jayuya, Utuado, Arecibo y Peñuelas.  Y es precisamente en la revolución nacionalista que surte efecto la predica albizuista en favor de la participación de la mujer en la lucha por la independencia en igualdad de condiciones que los hombres. Para la revolución del 30 de octubre de 1950, habían pasado 20 años del discurso inclusivo de Pedro Albizu Campos en la asamblea de 1930. No nos sorprende el hecho de que veinte años después de la incorporación de la mujer puertorriqueña a la lucha, los mejores cuadros de la dirigencia nacionalista fueran mujeres, y buena parte de sus principales gestas estuvieran a cargo de mujeres puertorriqueña.


Pasemos lista. Comencemos por Leonides Díaz dirigente arecibeña, esposa y madre de grandes mártires arecibeños y prisionera política que se negó a ser indultada, prefiriendo cumplir por completo su injusta condena como los demás nacionalistas hombres.
Sigamos con Blanca Canales Torresola. Blanca Canales se unió al Partido en 1931, y ayudó a organizar a "Las Hijas de la Libertad", la rama femenina del Partido Nacionalista de Puerto Rico. Fue la máxima dirigente de la revolución nacionalista de 1950, y la primera mujer en dirigir una insurrección contra los Estados Unidos en toda la historia de ese país. De todos los municipios que participaron en la revolución de 1950, solo en Jayuya logró ocuparse el cuartel de la policía, la oficina de correos y la ciudad, e izarse la bandera puertorriqueña en su ayuntamiento. Fue allí donde se declaró la República de Puerto Rico. Jayuya fue, y debo destacarlo así, el único operativo dirigido por una mujer. Blanca fue arrestada y acusada de matar a un policía, y de herir a otras tres personas, incendiando la Oficina de correos. Después de un breve juicio federal, fue condenada a cadena perpetua más otros sesenta años por encima de la condena perpetua. En junio de 1951 fue enviada a la de Prisión Federal Alderson en el estado de Virginia.


Recuerdan el susurro de Blanca Canales al oído de su primo Griselio en la celebración del Grito de Lares el 23 de septiembre de 1950. Esas eran las instrucciones para que Griselio regresara a los Estados Unidos con una importante misión. Así, el día primero de noviembre de 1950, los Cadetes de la República Oscar Collazo y Griselio Torresola, penetraron los predios de la residencia del presidente de los Estados Unidos Harry S. Truman para darle muerte. Por primera vez la revolución boricua se trasladaba a los Estados Unidos.


El saldo de la Revolución de 1950 fue la muerte y la prisión para muchos nacionalistas que defendieron el derecho de todo el pueblo de Puerto Rico a su independencia. Se inundó la cárcel la Princesa con cientos de nacionalistas detenidos incluyendo a Pedro Albizu Campos. Tras docenas de juicios resultaron convictos y fueron encarcelados en Puerto Rico, salvo Oscar Collazo y Blanca Canales que cumplieron su condena en cárceles federales.


Detenida casi por completo la acción del Partido Nacionalista, el imperio continuaba con sus planes de aprobar una nueva constitución de juguete para Puerto Rico, el Estado Libre Asociado, habilitado por la Ley 600. Y lo logró con la abstención y el voto en contra de la mayoría de los puertorriqueños. El imperialismo había engañado una vez más a los puertorriqueños y a la comunidad internacional diciéndoles que se trataba de una nueva fórmula política de gobierno propio, a sabiendas de que Estados Unidos retenía todos sus poderes sobre su colonia. Engañaron a todos menos al independentismo y el nacionalismo. Desde la cárcel la Princesa, Albizu Campos proclamó:


Muñoz Marín es un simple títere del gobierno yanqui en Puerto Rico, que tiene razón en una sola cosa. Y es que, en verdad, el “estado libre asociado” es una forma política nueva porque este ‘estado” no tiene ninguno de los atributos de un Estado.

Es un “estado” sin ciudadanía, porque le está vedado intervenir en este asunto; Estados Unidos sigue afirmando que los puertorriqueños son ciudadanos de Estados Unidos. Es un “estado” sin dominio sobre la moneda, tiene que usar la extranjera impuesta, el dólar. El famoso “estado” no puede mantener relaciones internacionales; es un “estado” al que ningún Estado reconoce.

Estados Unidos sostiene esas relaciones a nombre de Puerto Rico, sin reconocer derecho a su criatura – el “estado libre asociado”- a relacionarse con nadie. Por lo tanto, tampoco puede celebrar tratados internacionales económicos, ni de ninguna índole, indispensables para la vida de un país libre e independiente.

No tiene dominio tampoco sobre los transportes, ni marítimos ni aéreos. Ese famoso “estado” no tiene ni un correo propio donde echar una carta. Y así hasta el infinito.

Ese “estado” si tiene una gran responsabilidad de esclavo: recaudar el dinero, forzosamente para cubrir los gastos del “gobierno” de la intervención militar de los Estados Unidos en Puerto Rico. Los gastos para administrar la colonia. Esa es su gran labor. El esclavo que no está dispuesto a pagar por su libertad será obligado a pagar por su esclavitud.

Como un mentís a la farsa del Estado Libre Asociado, justamente antes de las elecciones de noviembre de 1952, las primeras bajo el ELA, el ejército de los Estados Unidos envió a una muerte segura a los soldados puertorriqueños que debían tomar las colinas Jackson Heights y Kelly en Corea a sabiendas de que ello era imposible ya que los ejércitos de China y Corea tenían suficientes nidos de ametralladoras en la cima de esas colinas como para evitarlo. Así murieron en tan solo mes y medio, entre septiembre y octubre de 1952, 660 soldados puertorriqueños y los que se negaron a correr igual destino fueron juzgados en cortes marciales. La opinión pública internacional y en Puerto Rico se volcó contra ese genocidio. Se ordenó de inmediato una investigación por el Congreso de los Estados Unidos que obligaba a la Tercera División del Ejército de los Estados Unidos a rendir cuentas de por qué había enviado a los puertorriqueños a una muerte segura sin apoyo aéreo y sin apoyo de artillería. El independentismo y el nacionalismo plantearon que enviar a soldados de las colonias a pelear las guerras de la metrópolis violaba la Carta de las Naciones Unidas y también la violaba el hecho de que Estados Unidos no había rendido un solo informe sobre su colonia Puerto Rico.


Con tal de no enfrentarse a las presiones internacionales por la cruda realidad colonial en que tenía sumida a la isla, el gobierno de los Estados Unidos promovió en la ONU, la Resolución 748 (VIII) que fue aprobada el 27 de noviembre de 1953 por 26 votos a favor, 16 en contra y 18 abstenidos. Mediante la Resolución 748 (VIII) la ONU reconoció “la condición de gobierno propio del Estado Libre Asociado de Puerto Rico” a pesar de las dudas y reservas de los representantes de muchos países importantes.  A partir de entonces, los Estados Unidos no tuvieron que rendir informe alguno sobre Puerto Rico ante la ONU y, por supuesto, se economizaron los embarazosos esfuerzos de ocultarle información comprometedora a dicha organización.


Aprobada que fuera la Resolución 748, La realidad seguía siendo la misma, Puerto Rico era una colonia de los Estados Unidos, donde, como dijera Neruda, “Los Puertorriqueños de manera singular combaten. Los americanos dan las armas y los puertorriqueños dan su sangre.”   
Nuevamente el imperio se burló y engañó a todos menos al independentismo y al nacionalismo. A través de Julio Pinto Gandía, Pedro Albizu Campos le envió un mensaje a la dirigente del Partido Nacionalista en Nueva York con los detalles de una misión que tenía como propósito vengar la muerte de los soldados puertorriqueños en Corea y la afrenta de la Resolución 743 XV.


El mensaje fue entregado a la dirigente nacionalista más cualificada de entonces. Así, el día primero de marzo de 1954, bajo el mando de una mujer, nuestra gran Lolita Lebrón, un comando de nacionalistas integrado por Rafael Cancel Miranda, Irving Flores y Andrés Figueroa Cordero, arriesgando sus vidas atacó la Congreso de los  Estados Unidos para denunciar la situación colonial de Puerto Rico. Cuando el grupo llegó hasta la galería de las visitas en el piso superior de la Cámara, Lolita se incorporó y gritó «¡Viva Puerto Rico Libre!» y sacó la bandera monoestrellada de Puerto Rico; luego el grupo abrió fuego utilizando armas automáticas. Alrededor de treinta disparos fueron hechos y cinco representantes fueron heridos, entre ellos Alvin Bentley, representante del estado de Míchigan, quien fue seriamente herido en el pecho. Un agujero del tamaño de un centavo se puede apreciar en el escritorio que es usado por los Republicanos cuando se dirigen a hablar en el piso de la Cámara. Era la primera vez en la historia de Estados Unidos que se atacaba a los congresistas en el recinto del Capitolio. Era la primera vez que una mujer atacaba a los Estados Unidos en su propio territorio. En su arresto, Lolita expresó: ¡Yo no vine a matar a nadie, yo vine a morir por Puerto Rico!  Lebrón y sus compañeros de lucha fueron sentenciados por intento de asesinato y otros delitos. La fiscalía, encabezada por Leo A. Rover, exigió la pena de muerte, pero el juez Alexander Holtzoff decidió condenarlos a los plazos más largos de prisión. Lebrón fue encarcelada en la Institución Federal Industrial para Mujeres en Alderson, Virginia Occidental, mientras que los otros comandos nacionalistas cumplieron décadas de condena en otras prisiones federales.


Los presos nacionalistas Oscar Collazo, Lolita Lebrón, Rafael Cancel Miranda, Irving Flores y Andrés Figueroa Cordero cumplieron condenas de más de 25 años, convirtiéndose en los presos políticos más longevos en las cárceles de Estados Unidos.


Antes y después de ser indultados en 1979, la lucha del Partido Nacionalista continuó, irradiándose a otras organizaciones patrióticas en y fuera de Puerto Rico. Hoy nadie duda de la grandeza de Pedro Albizu Campos como faro y dirigente de la lucha antiimperialista en Puerto Rico y en toda América latina. Hoy nadie duda de la gloria y las gestas del Partido Nacionalista de Puerto Rico ni del heroísmo y valentía de sus mártires. Casi todos los líderes antiimperialistas de nuestra América han sido influenciados por la prédica y la praxis de Don Pedro Albizu Campos y el resto de los líderes y mártires del nacionalismo puertorriqueño. Las gestas que acabo de relatar son gestas adoptadas por todos los revolucionarios de nuestra América.


Hoy día Puerto Rico tiene aún menos poderes que los que tenía bajo la Carta Autonómica bajo España y durante los inicios del Estado Libre Asociado. Hoy día ni siquiera gobierna para fines locales el partido que gana las elecciones. Hoy día gobierna una Junta de Supervisión Fiscal nombrada por el Congreso de los Estados Unidos cuyo norte es exprimir las finanzas y recaudos fiscales del país para pagar la deuda billonaria incurrida por los estadistas y colonialistas del patio para administrarle la colonia al imperio. Hoy día el Tribunal Federal de Estados Unidos en Puerto Rico y el resto de las instituciones políticas yanquis, tiene más poder en Puerto Rico que el que antes tenían.


Por consiguiente, hoy solo nos queda hacer el compromiso de no olvidar a Don Pedro Albizu Campos y al resto nuestros mártires, héroes y heroínas nacionalistas, y menos aún olvidar de que les corresponde a todas las generaciones y a todos los militantes y dirigentes del movimiento patriótico en Puerto Rico aquí presentes, cumplir con la máxima albizuista de organizar la patria para el rescate de su soberanía. ¡QUE VIVA PEDRO ALBIZU CAMPOS, QUE VIVA EL PARTIDO NACIONALISTA EN SU CENTENARIO, Y QUE VIVA PUERTO RICO LIBRE!